Desde la antigüedad el hombre ha celebrado sus fiestas engalanando y enriqueciendo sus alimentos cotidianos. Así es como el pan, alimento básico y primordial desde los más remotos tiempos del hombre, fue uno de los primeros en sufrir dicha transformación, en pos de una mejor presentación festiva. Pero, ¿De dónde proviene el Pan Dulce que hoy engalana nuestras mesas navideñas?
Hay muchas leyendas al respecto. La primera, cuenta que este postre nació alrededor del año 1490, cuando un joven aristócrata llamado Ughetto Atellani de Futi, se enamoró de la hija de un pastelero de Milán. Para demostrarle su amor se hizo pasar por aprendiz de pastelero e inventó un pan azucarado con frutas confitadas y aroma de limón y naranja. Los milaneses empezaron a acudir en masa a la pastelería a pedir el: “pan de Toni”, ya que así se llamaba el ayudante. Con el tiempo se fue transformando en panettone.
Según otra leyenda, probablemente la más difundida, el panettone nació en la corte de Ludovico il Moro, señor de Milán, en una Nochebuena. Se dice que el Duque celebró la Navidad con una gran cena, llena de deliciosos platos, dignos de los nobles milaneses presentes. El postre iba a ser la natural conclusión de tan lujoso banquete, sin embargo, al momento de sacarlo del horno, el cocinero se dio cuenta que se había quemado. Hubo un momento de terror en la cocina de Ludovico, pero afortunadamente un lavaplatos llamado Toni había pensado utilizar las sobras de los ingredientes para amasar un pan dulce y llevárselo a su casa. Dada la situación, el joven Toni propuso al cocinero servir su pan como postre. Era un pan dulce lleno de fruta confitada y mantequilla, que fue llevado inmediatamente al Duque. El postre tuvo un enorme éxito y Ludovico preguntó al cocinero quién lo había preparado. El cocinero presentó al Duque al joven Toni, quien confesó que ese postre todavía no tenía nombre. El señor entonces decidió llamarlo “Pan de Toni”, que con los siglos se convertiría en panettone.
“Pan Dulce” “Panettone”
El primer registro del panettone como dulce navideño tradicional milanés, figura en un artículo del escritor Pietro Verri, en el siglo XVIII, que lo llama pane di tono (pan grande). Mas tarde, su industrialización hizo que su consumo se hiciera tradicional en Italia, para extenderse luego a nivel mundial. De aquel primer pan se han derivado numerosas variaciones y se puede encontrar con pasas de uva, almendras, nueces, avellanas y frutas confitadas.
Claro que hay para todos los gustos y cada cultura tiene su propia versión. Los argentinos, herederos de tradiciones españolas e italianas, tenemos un pan dulce alto, cilíndrico, esponjoso y lleno de frutas que desciende directamente del panettone de Milán, del genovés y del madrileño. En Europa central, sobre todo en Alemania, es típico el “Stollen”, cuya masa muy pesada adquiere, según las regiones, distintas fragancias.
“Stollen” “Kletzenbrot”
El “Kletzenbrot” o “Pain de Poires”, se come principalmente en las aldeas de Baviera y Austria. Este pan regional, llamado también “Tirolés”, lleva peras secas, higos y ciruelas. En Francia es muy popular el “Bûche” o “Tronco navideño”, hecho con una delicada plancha de biscochuelo y crema de manteca al chocolate, al café o a la castaña. Se decora simulando un tronco y su forma alude a una tradición pagana: un tronco ricamente adornado se quemaba y luego se esparcían sus cenizas por el campo para ahuyentar las enfermedades del ganado y atraer el bienestar general. La Bûche, es también tradicional en algunas regiones de Italia, donde se lo conoce como: Tronco di Natale.
“Bûche” “Speculatius”
En países como Rusia se estila hacer masitas de miel llamadas “Speculatius”, muy condimentadas y con las formas de figuras navideñas. Se preparan sobre un molde de madera de haya. En Suiza son conocidas las “Delicias de Basilea”, cuya masa se deja reposar siete días antes de hornearla para que se concentren sus sabores. Para la Navidad, el ortodoxismo ruso destaca como elemento dulce la “Kutiá”, una exquisita mezcla de miel, trigo, frutas secas o confitadas y azúcar, rociadas con leche de amapolas, que se come en la vigilia de la Nochebuena.
“Plum Pudding” “Kutiá”
En la tradición anglicana, encontramos el “Plum Pudding”, un típico postre que en su antigua fórmula contenía grasa de cerdo, huevo, azúcar rubia, fruta glaseada, ciruelas, zanahorias, miga de pan y especias. Se cocinaba por horas al vapor y luego rociado con ron, se encendía como estrella fulgurante en la mesa navideña, para luego ser servido con una salsa de manteca batida al brandy.
En nuestras mesas solemos llamar Pan Dulce al que tiene una rica carga de frutas secas y pasas, en cambio, el Panettone es el que solo contiene pasas de uva y fruta abrillantada. Por supuesto, como todo, se fue agiornando y hoy en día podemos encontrar variedades de pan dulce para todos los gustos, de masa sola, de frutas secas y abrillantadas, con chocolate y hasta rellenos de helado como postre.
Sea cual sea la variedad que elija en estas navidades, lo importante es el significado de la celebración en familia, rodeado de los amigos y las personas que a diario nos acompañan en esta vida. Es un momento para reflexionar por lo que hemos hecho y brindar lo mejor de nosotros mismos para lo que vendrá.
Y hablando de la Navidad, no olvidemos los regalos y quién los trae: San Nicolás o Papá Noel. Pero, ¿De donde viene la costumbre de repartir obsequios? Hay muchas historias al respecto, la más conocida es que el nombre de San Nicolás se le atribuye a Nicolás de Bari, un monje y abad, nacido en Patara, Asia menor, en el siglo IV. El emperador Constantino el Grande, lo nombró arzobispo de Myria en el año 320. Nicolás falleció en el 342 y allí comenzó la leyenda: se le atribuye haber resucitado a tres niños asesinados por un carnicero y por ello se lo empezó a llamar “El Santo de los niños”. En 1087, sus restos fueron trasladados a Bari, Italia y se lo empezó a venerar como “Nicolás el Grande”.
En los países nórdicos comenzaron a llamarlo Santa Claus (acope tardío de Sanctas Nicolaus) y se lo recordaba el 6 de diciembre. Más tarde esos pueblos unieron su figura a la de un protagonista de una vieja leyenda escandinava, donde un anciano agasajaba a los niños cuando se producía el solsticio hiemal.
El sentido de la leyenda es muy acertado, ya que en esas regiones, a fines de diciembre, hay muy pocas horas de luz al día y ningún niño podría estar fuera de su casa tan tarde. El modo de retenerlos era asegurarles que un anciano les traería regalos. Con el tiempo y al canonizarse la Navidad el 25 de diciembre, ambos relatos se unieron y en estos tiempos, no existe lugar en el mundo, donde no se aguarde a San Nicolás.